Lectura para 7mo.
El fin del verano.
Cuando por la noche, reunidos cerca del fuego, los mayores hablaron, todo el grupo escuchó atentamente.
Era necesario partir, pues el verano estaba ya finalizando y pronto comenzarían a hacerse las noches
más extensas y los días más cortos. El resto del grupo asintió y desde el amanecer empezaron los preparativos. Sabían que el camino era largo, pero había que llegar antes que el invierno se presentara.
En las semanas anteriores ya habían visto cómo distintas manadas de animales abandonaban la región.
Ese año, como los anteriores, el grupo los seguiría hasta toparse con las montañas, donde la pequeña comunidad pasaba cada invierno.
Algunos se dedicaron a buscar los últimos frutos que aún quedaban cerca del lugar. Otros, en cambio, se ocuparon de reunir las lanzas y las puntas de piedra, bien afiladas, que habían preparado a lo largo del verano, las pieles curtidas y los tendones, que ya estaban secos y que servirían para fabricar sus ropas.
La marcha comenzó. Los mayores y los mas fuertes estaban alertas intentando no perder ningún animal rezagado al que pudieran cazar. Pero este no era un asunto sencillo y así, a las tres semanas de viaje, nadie había podido matar ninguna presa. Cada día varios se aventuraban mas allá, intentando conseguir alguna. Sin embargo, solo traían los restos de animales que habían sido alimento de otros.
Siempre era poco, pero el grupo compartía su comida, sabiendo que debían seguir la marcha, con paso firme, porque ya el frió comenzaba a sentirse. Así pasaron varias semanas comiendo lo que encontraban y tratando de guardar siempre una parte para el invierno, cuando seria más difícil obtener alimento.
Las montañas ya se veían a lo lejos y el grupo, aunque cansado, sabía que pronto alcanzaría su meta. Allí en la caverna, el año anterior habían dejado algunos alimentos, como los frutos con cáscara dura. Animados siguieron el viaje. No obstante, al día siguiente debieron detenerse una vez más cuando uno de sus ancianos cayo al suelo. Aunque aun no había cumplido los cuarenta años, era uno de los mayores del grupo. Su salud estaba quebrantada, pues en el verano había sido embestido por un animal y la marcha lo había debilitado. Lo dejaron reposar en el tronco de un árbol, pero pronto se dieron cuenta de que ya no estaba con ellos. Axial en silencio, decidieron ocultarlo para que los animales no se lo comieran. Tristes, retomaron la marcha, ansiosos por llegar pronto a su lugar de destino.
Cuando por la noche, reunidos cerca del fuego, los mayores hablaron, todo el grupo escuchó atentamente.
Era necesario partir, pues el verano estaba ya finalizando y pronto comenzarían a hacerse las noches
más extensas y los días más cortos. El resto del grupo asintió y desde el amanecer empezaron los preparativos. Sabían que el camino era largo, pero había que llegar antes que el invierno se presentara.
En las semanas anteriores ya habían visto cómo distintas manadas de animales abandonaban la región.
Ese año, como los anteriores, el grupo los seguiría hasta toparse con las montañas, donde la pequeña comunidad pasaba cada invierno.
Algunos se dedicaron a buscar los últimos frutos que aún quedaban cerca del lugar. Otros, en cambio, se ocuparon de reunir las lanzas y las puntas de piedra, bien afiladas, que habían preparado a lo largo del verano, las pieles curtidas y los tendones, que ya estaban secos y que servirían para fabricar sus ropas.
La marcha comenzó. Los mayores y los mas fuertes estaban alertas intentando no perder ningún animal rezagado al que pudieran cazar. Pero este no era un asunto sencillo y así, a las tres semanas de viaje, nadie había podido matar ninguna presa. Cada día varios se aventuraban mas allá, intentando conseguir alguna. Sin embargo, solo traían los restos de animales que habían sido alimento de otros.
Siempre era poco, pero el grupo compartía su comida, sabiendo que debían seguir la marcha, con paso firme, porque ya el frió comenzaba a sentirse. Así pasaron varias semanas comiendo lo que encontraban y tratando de guardar siempre una parte para el invierno, cuando seria más difícil obtener alimento.
Las montañas ya se veían a lo lejos y el grupo, aunque cansado, sabía que pronto alcanzaría su meta. Allí en la caverna, el año anterior habían dejado algunos alimentos, como los frutos con cáscara dura. Animados siguieron el viaje. No obstante, al día siguiente debieron detenerse una vez más cuando uno de sus ancianos cayo al suelo. Aunque aun no había cumplido los cuarenta años, era uno de los mayores del grupo. Su salud estaba quebrantada, pues en el verano había sido embestido por un animal y la marcha lo había debilitado. Lo dejaron reposar en el tronco de un árbol, pero pronto se dieron cuenta de que ya no estaba con ellos. Axial en silencio, decidieron ocultarlo para que los animales no se lo comieran. Tristes, retomaron la marcha, ansiosos por llegar pronto a su lugar de destino.
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